Rescatar es volver del olvido un “algo” pasado. Y no un algo cualquiera. Algo valioso y perdido, que justifique la enorme labor de la búsqueda.
El tiempo dedicado a una tarea que tal vez lleve años, décadas y también lo más difícil del tiempo, la incertidumbre, que hará de la espera un acto de fe.
Si fuera algo matemático o redituable, los mares estarían llenos de buques encontrando valiosas mercancías. Y muy lejos de ello, la tarea queda para los que minuciosamente reconstruyen m3 por m3 dando con el olvido del tiempo, con un mar silenciando lo que en otra realidad fuera el elixir de una época.
¿Cómo es volver a la vida un tesoro inasible y efímero como un sueño? ¿De qué herramientas nos valemos, con qué métodos investigamos?
¿Y cuál es ese sueño, que guardado dentro nuestro como el más preciado tesoro, volvería a la vida el entusiasmo en su pura esencia? ¿Y de qué sería hecho ese bien, que una vez hallado regalaría a su dueño el cese del deseo incumplido, la paz de la sonrisa?
¿Y con semejante dimensión, cómo encontrarlo? ¿Cómo no sentir estéril una búsqueda que se dilata en el tiempo sin ninguna garantía de hacer presente el resultado? Apenas a veces si intuimos estar cerca de un montoncito de alegría que podría parecérsele. Y así como vino, desaparece.
Sin embargo, en algún lugar del fondo de nuestro mar está, sabemos que existe, sabemos que nos está esperando.
Nuestros intentos nos demandan hacer algo diferente. En algún punto “desaprender” aquello que nos tomó tanto tiempo volvernos adultos.
Y no estamos atentando a los años de experiencias vividas. Muy por el contrario, justamente gracias a la madurez podemos volcar luz de conciencia a la travesía de la vida.
Y para sorpresa descubrimos que mucho de lo que se manifestara cuando un sueño se cumpliera, está ligado a las impresiones de la infancia. A esas instancias de puro juego, de dicha, de no-tiempo.
Hay quienes dicen que los niños hasta los dos años viven en un paraíso. Y yo les creo. Basta hacer presente la carcajada de un bebé para no dudar que la felicidad es posible. Que está siendo posible.
Allí están los niños, nuestras bocanadas de aires frescos, regalando espacios de juegos donde no se puede hacer otra cosa que jugar. Perder el tiempo para recuperarlo.
Vivir en el mundo que soñamos sería solo una cuestión de tiempo. De brindarnos posibilidades de encuentro para celebrar a nuestros niños internos. De descubrirnos queriendo lo mismo, trabajando por ello.
¿Quién no quisiera vivir en un mundo de ensueño? Si alguien dice que no, créanme, nunca estuvo despierto.
Porque entre soñar y despertar solo dista un pequeño puente, que cuando lo podemos transitar, todos los caminos son nuestros.
Pilar Llambías Directora artística y general